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montañas, el lago, las ondas transparentes y semiluminosas bajo los costados de la barca.

—¡Mira—me dijo—fué la primera y última vez que empleó para hablarme esta forma de lenguaje solemne o familiar, según que se dirige a Dios o al hombre, mira cómo todo está preparado en nuestro derredor para un desvanecimiento divino de nuestras vidas! He ahí el Sol del más bello de nuestros años, que se pone para no salir tal vez mañana; he ahi esas montañas, que por última vez se miran en el lago y extienden hasta nosotros sus largas sombras, como para decirnos:

"Envolveos en ese sudario que os tiendo"; he ahí las ondas puras, diáfanas, profundas, silenciosas, que nos preparan un lecho de arena del cual nadie vendrá a levantarnos para decir: "Partamos!" Ningún ojo humano nos ve. Nadie sabrá por qué misterio irá mañana la barca vacía a encallar en alguna roca de la costa. Ni el más leve fruncimiento de esas ondas delatará a los curiososo a los indiferentes el lugar donde dos cuerpos se deslizaron abrazados bajo las aguas, de donde dos almas se habrán elevado reunidas al eterno éter. ¡No quedará de nosotros sobre la tierra otro rumor que el de la onda que se cierre detrás de nosotros!... Oh! Muramos en esta embriaguez del alma y de la naturaleza, que no nos dejará sentir de la muerte más que su voluptuosidad! Más tarde, querremos morir y moriremos quizás menos felices! Tengo algunos años más que tú; esta diferencia, insensible hoy, se