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des de estío. Sólo que aquellas horas eran rápidas como el movimiento fugitivo de los remos que nos paseaban entre los luminosos escollos que forman la costa meridional del lago. La luz rasante del Sol sobre los abetos; los verdes musgos; los pájaros invernales, más ricamente engalanados de plumas, más joviales y familiares que los de primavera; la abundancia de espuma serpenteante de las mil cascadas que descienden por el declive de los prados y vienen a reunirse en los barrancas, desde los cuales caen al lago murmurando y saltando sobre las altas rocas lisas y negras; el ruido cadencioso de los remos; el triste rumor de la estela, que parecía una voz amiga y oculta bajo las olas que nos acompañaba en nuestro dolor con sus misteriosos gemidos, y, en fin, la placidez sobrenatural que experimentábamos en aquella atmósfera luminosa y cálida, el uno junto al otro y separados de la tierra por los abismos del agua, todavía nos inundaban a veces de tal voluptuoso sentimiento de existir, de tal alegría interior, de tal desbordamiento de paz en el amor, que habríamos pedido al cielo que nada añadiese a nuestra dicha. Pero a esta felicidad se mezclaba en nosotros el sentimiento de un próximo fin, y cada remada resonaba en nuestro corazón como un paso del día que nos acercaba a la separación. ¡Quién sabe, pensábamos, si mañana esas hojas trémulas no habrán caído al agua; si esos musgos, sobre los cuales todavía podríamos sentarnos, no estarán cubiertos de una espesa capa Digitized »