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vez sus instintos, que son la ley no escrita, deben ser verdaderos. De otro modo, la Naturaleza habría mentido al creerle. Vos no creéis que la Naturaleza sea una mentira—añadí sonriendo—; porque decíais hace un momento que acaso la verdad es la única virtud. Pues bien: cualquiera que haya sido la finalidad de Dios al dotar de esos dos instintos, el misterio y la oración, al corazón del hombre; que haya querido revelarnos de ese modo que El, Dios, es incomprensible; o que haya querido que todas las criaturas le ben—, dijesen y honrasen, y que la plegaria fuese el incienso universal de la Naturaleza, siempre será verdad que el hombre lleva en sí los dos instintos:

la oración y el misterio cuando piensa en Dios.

¡El misterio!—proseguí—, la razón humana le ensancha, le esclarece, le aleja cada vez más, pero nunca le desvanece por completo. ¡La oración! Es la necesidad de desbordarse incesantemente en súplicas útiles o inútiles, oídas o no, como perfume vertido al paso de Dios. ¡Qué importa que este perfume bañe los pies de Dios o se derrame por tierra! ¡Siempre caerá como un tributo de debilidad, de humillación y adoración!...

"Pero ¿quién podrá decir que se ha perdido?añadí con el tono de una esperanza que quiere triunfar, en los labios del que habla, de la duda misma—; ¿quién sabe si la oración, comunicación misteriosa con la omnipotencia invisible no es, en realidad, la más grande de las fuerzas sobrenaturales o naturales del hombre? ¿Quién sabe si la