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de, habéis apartado de vos esos juguetes de la infancia para imaginar un Dios menos pueril y menos femenino que el de los tabernáculos cristianos. Pero el primer deslumbramiento ofusca todavía vuestros ojos; la claridad que creíais haber visto estaba mezclada, sin que lo supierais, a la falsa claridad con que os fascinaron al entrar en la vida; os han quedado dos debilidades en la inteligencia: el misterio y la oración. No existe el misterio—afirmó con voz más solemne—; no hay más que la razón, que disipa todo misterio; el hombre, falsario o crédulo, es quien ha inventado el misterio; Dios es quien ha hecho la razón. Ni la oración sirve de nadaprosiguió más tristemente; porque una ley inflexible no puede doblegarse, ni una ley necesaria se puede cambiar.

"Los antiguos—agregó—, en su ignorancia popular, bajo la cual se ocultaba una profunda sabiduría, lo sabían bien; porque imploraban a todos los dioses de su invención, pero no imploraban a la ley suprema: el Destino." Quedóse en silencio.

Me parece—le dije al cabo de un rato—que los maestros que os han transmitido esa sabiduría dejan, en sus teorias sobre la relación entre Dios y el hombre, excesivamente subordinado el ser sensible al ser pensante; en una palabra: que al pensar en el hombre se han olvidado de su corazón, órgano de todo amor, como la inteligencia es el órgano de todo pensamiento. Las ideas que el hombre se ha formado de Dios pueden ser pueriles y falsas. Tal