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ser de naturaleza distinta, que me lavara con una de sus lágrimas, que me quemase en una de sus llamas, que me aspirase en una de sus respiraciones para que no quedase nada de mí en mí mismo más que el agua purificadora con que ella me hubiese lavado, el fuego celeste en que ella me hubiera consumido, el nuevo soplo con que ella hubiese animado mi nuevo ser, a fin de que yo me convirtiese en ella o ella se convirtiera en mi, y el mismo Dios, al llamarnos a su presencia, no pudiese reconocer ni reparar lo que el milagro de amor hubiese transformado y confundido!... ¡Oh!

¡Si tenéis un hermano, un hijo o un amigo que nunca haya comprendido la virtud, rogad al cielo que le haga amar así! ¡Cuánto más ame, más capaz será de todas las abnegaciones, de todos los . heroísmos, para igualarse al ideal de su amor!

¡Y cuando ya no ame, le quedará para siempre en el alma una dulcedumbre de celeste voluptuosidad que le hará aborrecer las aguas del vicio y alzar los ojos al manantial donde una vez le fué permitido beber!

No sé decir cuántas saludables vergüenzas de mí mismo me sobrecogían en presencia de la que yo amaba; pero sus reproches eran tan tiernos, y sus miradas, aunque penetrantes, eran tan dulces, y sus perdones eran tan divinos, que, al humillarme ante ella, no me sentía rebajado, sino elevado y engrandecido. Parecíame casi sentir que nacía en mí, de mi propia naturaleza, el resplandor de su luz, que sólo para mí reverberaba! La I