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La Guerra — 501

ellos mismos en partidos que guerrean entre si; las luchas civiles ó las luchas sociales suceden á los combates internacionales; los hombres no dejan de derramar la sangre de sus rivales sino para hacer correr la sangre de sus hermanos. El terreno que pierden la idea y la práctica de la guerra, lo ganan la idea y la práctica de las revoluciones.

Cuando las guerras sostenidas entre Francia y la Casa de Austria, y las religiosas de los siglos XVI y XVII llegaron á fatigar á Europa, y el espíritu público pareció tomar horror á las batallas, y cuidarse más de otras ideas pacíficas que de las eternas cuestiones de límites internacionales, con tanta constancia y con fruto tan escaso para todos debatidas anteriormente, estalló la revolución francesa, que excedió en desastres y horrores á todos los que las guerras habian engendrado. Y para distraer y terminar aquella revolución, fué preciso que viniera un conquistador por el estilo de los antiguos, cuya reproducción se juzgaba ya imposible, y ensangrentara la Europa con tantos y tan espantosos combates como no se creia que volverian á verse ya en nuestra época civilizada. Y después que la caida de aquel genio de las batallas hizo posible la paz general, cierto es que Europa la ha conservado la mayor parte del tiempo desde entonces trascurrido, aunque muy trabajosamente, y con lamentables interrupciones; pero en cambio las revoluciones han vuelto á invadir su suelo, y lo han agitado y conmovido de continuo y en todas direcciones. Los hombres no han traspasado con tanta frecuencia como en los pasados siglos, las fronteras de sus países respectivos, para llevar la desolación y la muerte á otras comarcas; pero han despedazado con manos parricidas las entrañas de su patria. El extranjero no ha entrado á saco las poblaciones, pero los pueblos han sido acuchillados dentro del recinto de sus propias moradas por sus propios soldados; las ciudades han sido bombardeadas por sus propios gobiernos. No se han visto monarcas hechos prisioneros, como Francisco I, en el campo de batalla; pero se han visto reyes y pontífices reducidos á prisión por las revoluciones dentro de sus mismos palacios, ó teniendo que apelar á la fuga para librarse de la ira de una parte de sus propios súbditos.