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LA GUERRA.


La Europa contempla asombrada los acontecimientos que en los primeros días de Agosto se han verificado entre el Mosela y el Rhin. La civilización se estremece de espanto al ver desarrollarse las hostilidades entre los dos primeros ejércitos del mundo, tan numerosos y tan armados de medios de destrucción como jamas se vieron otros en el mundo.

Los vencedores de Sadowa han comenzado una campaña á la izquierda del Rhin con la misma enérgica actividad, con la misma temeraria osadía con que hicieron la de Bohemia. Los resultados, en los primeros dias, han sido también igualmente rápidos y sorprendentes. Más sorprendentes todavía que en 1866. Si entónces nadie, que tomase en cuenta la estadística, podia prever la victoria de un reino de menos de veinte millones de habitantes sobre un Imperio que, además de tener casi doble población, estaba estrechamente aliado á los otros cuatro reinos y demás Estados secundarios, de alguna importancia, de Alemania, ahora fué completamente imposible suponer que Francia, la altiva Francia, inmediatamente después de emprender, con jactanciosa ligereza, la guerra, preparándose á llevar las gloriosas banderas de sus regimientos hasta Berlín, iba á verse acorralada en su propio territorio, y á batirse en retirada antes de que la mayor parte de su ejército hubiese combatido siquiera en una gran batalla.

Eso, sin embargo, ha sucedido. Los mismos Alemanes están asombrados de la felicidad de sus primeras victorias. Creyéndolas definitivas, se entregan al delirio del entusiasmo. La Gaceta de Augsburgo dice: «El mundo latino se va: el reinado de la Alemania comienza.»