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El Licenciado Pedro de La-Gasca

Juez metropolitano: dióle el Cardenal Tavera las vicarías de Toledo y Alcalá, y la rectitud con que desempeñó dichos cargos le valió el ser nombrado Ministro del Supremo Consejo de la Inquisición.

Confiáronle tanto el Consejo como el Gobierno comisiones muy importantes, y en particular por los años de 1542 y 1543 la de aquietar los Moriscos del reino de Valencia, á quienes supo contener en el deber sin necesidad de emplear medidas de rigor, sino adoptando tales disposiciones para rechazar la armada de Turcos y Franceses, que aquellos esperaban para levantarse, que les hizo, perdida la esperanza de recibirla, el desistir de su intento. Acabado este negocio, le cometió el Emperador la visita de los jueces, tribunales, empleados y cuentas de la Hacienda y Patrimonio Real de todo aquel reino, que desde su conquista por el Rey D. Jaime no habia sido visitado, y la rectitud con que procedió dio por resultado grandes alcances á favor del Estado, lo cual fué causa del buen concepto que la Majestad Cesárea formó de su gran prudencia y capacidad.


II.

Hallábase aquejado el Consejo del Emperador Cárlos V con las malas nuevas que se recibian del Perú, donde ni el Gobernador Vaca de Castro primero, ni después el bravo Virey Blasco Nuñez Vela, habían podido adelantar nada en la pacificación del país, y al saberse á principios del año 1545 la desastrosa suerte de este último, vencido y muerto por Gonzalo Pizarro, determinóse enviar allí persona que tuviese más cualidades, como dice López de Gomara, de raposa que de león; y recordando la extremada prudencia y exquisito tacto del Licenciado La-Gasca, acordóse que fuese allá. Nombráronle, pues, Presidente de la Audiencia Real del Perú, con pleno poder para todo lo tocante á la gobernación de la tierra y á la pacificación de las alteraciones de ella, con facultad para indultar y perdonar todos los delitos y casos sucedidos, ó que sucediesen durante su estancia. Diéronsele además todas las cédulas y recaudos necesarios para hacer, en caso que le conviniese, gente de guerra, y amplios poderes, en fin, para obrar de la manera que á su juicio fuese más adecuada para lograr la deseada pacificación de aquellos países.