Con la junta de Valladolid termina la vida pública del Licenciado Pedro de La-Gasca, que hemos procurado sacar de la oscuridad en que injustamente yace. Retirado desde entonces en la capital de su diócesis, vivió únicamente dedicado á cumplir los deberes que le imponía el grave cargo del episcopado, y á contestar las consultas que sobre asuntos graves de Estado le dirigía el rey Felipe II, que hacia gran caso de su capacidad. Trasladado de dicho obispado de Palencia al de Sigüenza en 1561, murió en 10 de Noviembre de 1567, de edad de 74 años, después de haber asistido al concilio provincial de Toledo, celebrado en 1565.
Dotó, por su testamento en Sigüenza, la fiesta del Santísimo Nombre de Jesús, que se celebra en aquel obispado el 14 de Enero, y dos aniversarios, uno por el alma del Emperador y otro por la del Rey D. Felipe II; dejó para sus deudos un mayorazgo de 300 ducados de renta, que tan mezquina fué la que para si reunió hombre de tan grandes prendas y que tan pingües destinos desempeñara; y por último, edificó en Valladolid, con suficiente dotación para sustentar sus servidores, la parroquia de la Magdalena, en cuya capilla mayor yace enterrado en grandioso sepulcro, con su busto de alabastro encima, obra del célebre Jordán, y un largo y honroso epitafio latino.
No le impidieron los negocios el cultivar las bellas letras, como se colige de la dedicatoria que le hizo de la Historia Palentina, el Arcediano de Alcor, y aun se asegura que escribió una Historia del Perú, cuyo manuscrito es de lamentar que se haya extraviado, pues dados sus antecedentes, podemos suponer que referirla los hechos de aquel país con una verdad é imparcialidad que no suelen encontrarse en la mayor parte de los historiadores. Varón verdaderamente ilustre, digno de inmarcesible lauro, y merecedor de la eterna gratitud, tanto de los Indios, á quienes protegió y administró recta y cumplida justicia, como de los Españoles, cuyo nombre enalteció y honró con su conducta noble y desinteresada. Varón de quien estamos firmísimamente persuadidos, que de haber sido llamado á regir los destinos de la Nación, escudara con su nombre la Ínclita fama que rodea el del eminente repúblico y cardenal, Jiménez de Cisneros.