hizo ver con copia de razones que, no sólo no se debian dar los Indios en repartimiento perpétuo, sino que ni aun por tiempo determinado era justo hacerlo; que lejos de continuar una práctica que ocasionaba continuos disturbios y reclamaciones, debian quitárseles á los que los tenian repartidos, porque habia entre ellos personas en el Perú disfrutando buena renta de Indios, que merecian castigos en vez de dárselos ahora en perpetuidad. Irritado al oirle el de Mechoacan, que favorecía la instancia de los Procuradores, como ya dijimos, replicóle que, si tal sabia, ¿por qué no castigó á los bandoleros y traidores, pues conocía y le eran notorias sus maldades, y no que él mismo les dio Indios? A lo que La-Gasca respondió riendo: — «Creerán, señores, que no hice poco en salir en paz y en salvo de entre ellos, y algunos descuarticé y hice ajusticia.»
Propusieron entonces los Procuradores de Nueva España, que se diesen por lo menos á los primeros conquistadores que pasaron con Hernán Cortes, y á los de Pánfilo de Narvaez y Francisco Garay, pues de esos quedaban muy pocos y habian sido tan bravos y leales servidores, dejando á los del Perú que procurasen directamente por si como pudieran. Sobre esta pretensión, que contradijeron también los Obispos de Chiapay las Charcas, hubo largos y diferentes debates; pero cortó la cuestión el Presidente Marqués de Mondéjar, inclinado como los más de los individuos del Consejo Real á que se negara la perpetuidad de repartimientos, proponiendo que en vista de lo arduo del negocio quedara sin resolver hasta que S. M. volviese de Alemania, y asi se acordó. En tal estado permaneció aquel asunto largos años, mas no cesando las reclamaciones, lo resolvió el rey Felipe II en principios de su reinado por una Real cédula en que mandaba, que á los conquistadores y á sus hijos se les diesen, pero no en perpetuidad, los mejores repartimientos que fuesen vacando, y luego á los antiguos pobladores casados.
Tal fué el último y no menos señalado servicio, que prestó La-Gasca á los indígenas del continente americano, que con mucha razón le llamaban su padre, restaurador y pacificador, pues con su oposición al repartimiento perpetuo, que sin ella tal vez se hubiese aprobado, á pesar de la tenaz resistencia de las Casas, los libró de caer en un estado de verdadera esclavitud, que era el que les preparaban con su pretensión los conquistadores.