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— ¡Quieto, Sil! —exclamó Yusef,— y á tu sitio, que todos cuantos aquí vienen son amigos.

El alano obedeció al punto, no sin enviar algunos gruñidos á los hijos de la Jarquía, miéntras éstos permanecían sin osar moverse á vista del robusto cuerpo y afilados dientes del custodio de la casa.

Siguiendo la línea del sombrajo, corría un pretil sólo abierto delante de la puerta para franquear la entrada, del cual arrancaban machones que sostenían el referido cobertizo. Mas, como entre los anchos huecos no se veían sino macetas, es decir, tiestos, llenos de flores y enredaderas que en todas direcciones cruzaban, bien puede asegurarse que una pared de alegres y hermosas plantas estorbaba divisar lo que en la oscuridad del sombrajo acaecía. Ni era mucho hallar tantas flores, ni oler su deleitable fragancia, por Marzo, en tierra donde nacen al aire libre rosas de olor en el mes de Enero.

En esto, acallado el rugiente ladrar del alano, y así como cubre aquellos áridos peñascales jazmín de suavísimo olor, cual trueca el hilo de agua, estéril suelo en paraíso que el azahar perfuma, como al reseco terral sucede el húmedo levante, oyóse blanda y apacible voz de doncella, que desde el sombrajo decía:

— ¡Yusef! ¡Yusef!!


V.

Dos Moras, modestamente ataviadas y con el rostro descubierto, acudían á recibir á Yusef. Una de ellas, anciana y débil, apoyaba la diestra en el hombro de la otra, que era jóven y bellísima. Ambas, madre y hermana de Yusef Ben-Lope.

En breves palabras las enteró éste de cuanto había acaecido. Fueron generosamente pagados los Montañeses, quienes, al ver el dinero en sus manos, se prestaron á llevar el herido cristiano á lo interior de la casa. Dejáronle en la primera habitacion, y miéntras Moraima, que así se llamaba la jóven, les daba sendos tabaques ó cestíllas de aceitunas, sabrosamente adobadas, con otros tantos panes hechos, por mitad, de harina de maíz y de trigo, Yusef consultaba con la madre, cuál sería la mejor habitacion para que hallase el herido tranquilidad y reposo.