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Asieron de las parihuelas, y seguidos del ginete, que no les perdia un punto de vista, se alejaron á buen paso de aquel lugar de muerte y desolacion.


II.

No hay duda que los Moros nos han dejado algo bueno; pero calles de fácil tránsito en los pueblos, y caminos en los campos, no han sido cosas en que hayan hecho por extremarse. Egoístas, sensuales y desconfiados, hacían casas para si, no para el transeunte, á quien apenas concedían ventanas, guardando toda comodidad y lujo para lo interior. Sus palacios y mansiones de recreo eran castillos. En cuanto al comercio, dejando á un lado toda ponderacion semítica, y aun conviniendo en la importancia que, sin duda alguna, tenia por mar, no era posible fuera grande en lo interior, donde apenas habia camino digno de semejante nombre. El reino de Almería, tan rico en cierta época, segun cuentan, tenía los peores caminos del mundo, al decir de sus propios poetas; y así estaba la mayor parte de lo que llamaban los Moros el Andalus, esto es, cuanto ellos poseían. Malas veredas, á las cuales eran á menudo preferibles los secos cauces de ramblas y torrenteras, que por aquella costa sólo llevan agua al mar de vez en cuando, servian de caminos por donde iban —y hoy van del propio modo— las récuas. Cierto que, aun siendo muchas las acémilas, razon tenemos en decir no era posible diesen vida y movimiento á ningún comercio de grande importancia.

Pásenos el lector la digresión, que ha sido forzosa hacerla, para que nadie se maraville de lo que vamos á decir.

Los cerros que tiene Málaga al Norte y Este, llegan al mismo recinto de la ciudad, sin más caminos de los que habia en tiempos de los Moros, salvo la carretera de Vélez y el pequeño trozo que pasa entre el monte de Gibralfaro y el cerro de San Cristóbal. El resto se halla al presente, como durante el año de gracia de 1483.

A los pies de aquellas riquísimas alturas que producen los mejores limones, pasas y almendras del mundo, y cuyos propietarios no pueden ahorrar un maravedí para carretera, llegan barcos de las más apartadas regiones. ¡Qué mucho, si á escaso kilómetro arranca el ferro-carril, allende el Guadalmedina, que pone en