Juan de Silvela puso los ojos en Moraima que, al lado de Fátima, lloraba á los piés del lecho de Yusef. Este, siguió hablando.
— Moros nobles y ricos, del contorno y de Málaga, me han pedido á mi hermana por esposa.... Eran muchos de ellos, apuestos y gallardos; enamorados, todos.... Pero todos han estado siempre demás para mi hermana.... Acaso fuí cruel en negarte su mano.... Para Mahoma, la mujer vuelve en la tierra al polvo de que nació; para Jesús, la mujer es compañera, igual, amiga y eterna hermana del hombre.... ¡Hágase la voluntad de Allah!
Y Yusef cerró los ojos. Todos permanecieron en silencio. De pronto. Fátima, la madre, mirando á su hijo, exclamó:
— ¡Muerto! ¡Muerto! ¡Mi Yusef nos ha dejado!!
Y cayó abrazada al cadáver de Yusef.
Fátima y Yusef fueron enterrados juntos, al pié de la mata de helecho que Juan de Silvela habia plantado hacia cuatro años, y lejos de secarse, prosperaba, extendiéndose y aumentando los renuevos.... que han llegado hasta nuestros días....
El guerrero y Moraima asistieron al entierro. Cuando tornaron á la casa, la jóven se sentó en el suelo, á usanza de los suyos, y en el mismo umbral de la puerta.
— ¿Qué haceis, Moraima? —preguntó Juan de Silvela, con amantísima ternura.
— Vuestra sierva soy, señor. Para vos, el mandar; para mí, el obedecer.
— Alzad, por Dios, Moraima. ¿No estais en vuestra casa?
— Cuanto nos rodea os pertenece, por derecho de conquista. Yo no soy sino vuestra cautiva.... á quien podeis poner hierro de esclava, cuando lo tengais por bien.
— ¡Moraima! ¡No me despedaceis el corazon! — dijo el Cristiano, alargando los brazos hácia ella.
— Ya veis como soy vuestra sierva.... —respondió Moraima, pálida como la muerte y echando el cuerpo atrás, aunque sin levantarse.
— No sois, sino dama y señora de vuestra casa.
— Criada en el campo, y lejos de Castilla, quizá no sepa qué es ser dama; pero yo imagino que consiste, ante todo, en ser respetada por el caballero que la tiene amor!...
Juan de Silvela dejó caer los brazos, y pidió perdón á Moraima.