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conocimiento. Sostenian la cabeza del valiente Musulmán su madre Fátima y su hermana Moraima... Ni una ni otra quisieron refugiarse en Málaga, alejándose de Yusef. Cuando éste cayó herido, recibieron aviso, y salieron á tiempo que Juan de Silvela venía por el arroyo, miéntras ellas iban por las alturas á un recuesto, dónde acababan de saber estaba, acaso moribundo, el último descendiente de los Beni-Lope.

No sin dolor pensaba el hijo de Galicia en que, de la propia manera que ahora traían á Yusef, había él entrado en aquella casa, cuatro años antes. ¡Qué de recuerdos se agolpaban á su memoria! Imposible parecia que hubiese pasado tanto tiempo, pues jurara que era ayer, cuando Moraima se habia negado á recibir al único joyel del escudero, casi niño, que ofrecía una rama de helecho, en prenda de su fe y de su honra!

Ante todo, habia que acudir á mirar por la seguridad del herido. La disciplina de los ejércitos de aquel tiempo no era para fiar mucho en ella; con lo que, desde luego, mandó Juan de Silvela cerrar la puerta de la casa, alternando uno de los vasallos en su guarda, miéntras el otro dormía.

— No hay para qué, —dijo Moraima;— Sil avisará en cuanto sea necesario; y vuestros Cristianos pueden dormir. Entre tanto, los amigos de Yusef.....

— Quédense aquí cuantos quieran, —dijo Juan de Silvela;— pero que no se dejen ver. Hay mucha gente desmandada por estos campos, y sólo la presencia de un caballero podrá causarles respeto. De lo contrario, mi espada y las hachas de mis Gallegos darán buena cuenta de esos malandrines, que nada han hecho sino gritar miéntras combatíamos, y ahora acuden, como aves de rapiña, para robar á mansalva.

— Como os plazca, señor, —respondió Moraima, acudiendo á mirar por su hermano.

Tan grande habia sido la fatiga del día, que el caballero, sentándose, á usanza de Castilla, en una arca estrecha, y cayendo de espaldas, esperó á que le llamasen, miéntras en las habitaciones interiores curaban al herido. A sus piés cayeron también los dos leales vasallos, rendidos al sueño y al cansancio, y sin dárseles un ardite de la dureza del suelo, ni de hallarse entre enemigos.

También cerró los ojos un minuto Juan de Silvela; mas de pronto, el ruido de la puerta le despertó, y temiendo algun desman de