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pasaba, bajó á toda prisa; mas, como le incomodasen los quixotes y grevas, hizo que los dos peones que le seguian se los quitaran, quedando de esta suerte armado sólo de cintura arriba.

— ¡Moraima, Moraima! —exclamó.— ¡Quién me habia de decir, que, en vez de amor, te habia de traer hierro y matanza!

Levantó, para ver mejor, la celada ó parte delantera del yelmo, y entónces, aunque tostado del sol y del aire, y encendido con la fatiga del combate, quedó descubierto el rostro de Juan de Silvela, más varonil que en otros tiempos y más triste. Las otras batallas del ejército, miéntras los Gallegos abrian paso, movidas del deseo de ver el combate, y quizá no sin intencion, en algunos, de saquear las casas que todo en torno mostraban las blancas fachadas, hablan ido subiendo y extendiéndose por las alturas inmediatas.

Cuando tal vió Juan de Silvela, dióle un vuelco el corazon, pero no parecía que hubiesen llegado los Cristianos hacia el arroyo Toquero, esto es, hácia la casa y tierras de Ben-Lope. A pesar de todo, iba tan de prisa, que los dos vasallos, únicos que habian quedado en disposición de llevar las armas después del combate, más bien rodaban, que otra cosa, para poder seguirle. De esta suerte bajaron al arroyo, cuando ya iba anocheciendo. El empeño del guerrero, era llegar con tiempo á casa de Moraima, para si en ella estaba la familia, estorbar todo atropello.

Juan de Silvela no habia vuelto á saber nada, desde el dia en que Yusef llegó acompañándole hasta la vista de Antequera... ¡Cómo latia de temor y esperanza el corazón de aquel guerrero, que acababa de lidiar impávido, hasta señorear la cumbre del cerro de San Cristóbal! Llegó, en esto, al lugar donde la cañada, que bajaba de la casa á la izquierda, le mostraba el camino para subir. Siguióle, y miéntras sus vasallos, jadeando y sin fuerzas apénas para respirar, se quedaban atrás, él llegó, fuera de sí, al umbral de la casa de Moraima...

Estaba abierta, pero nadie habia en ella; ni aun Sil acudió á hacerle caricias ó ladrarle. Los Cristianos desmandados no iban por aquel sitio, aunque se les oia por las alturas inmediatas. Y, con todo, si bien era cierto que los moradores habian huido de la casa, debia de ser poco tiempo antes, pues todo se hallaba en lo interior como abandonado de repente. Entre tanto, habia ya cerrado la noche.