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— Y si eres español, ¿cómo crees en el falso profeta?

— No hablamos de eso, —dijo el Musulmán, con ceño, y serenándose al cabo, añadió sonriendo;— bien sé que está escrito que los Cristianos han de señorear de nuevo la costa de Málaga... Para entónces, ahí enfrente nos queda la tierra de África. Durante muchos años, fueron conocidos los Beni-Lope por renegados de su antigua fé... Miéntras Yusef viva, no le ha de llamar nadie, renedo de la religión que heredó de su padre.

— Pero, ¡desdichado! —exclamó Juan de Silvela,— ¡no ves que gate condenas de seguro!

Sonrióse amargamente Yusef, y añadió:

— El Mariscal Pardo de Cela me propuso lo que tú, pero al oirme la propia respuesta que te acabo de dar, no trató de ofenderme de nuevo.

— ¿Te ofendo?

— ¡Mortalmente!

— Callo, pues.

Hubo breve momento de silencio. Fátima, que no entendia sino palabras sueltas, hilaba, sin decir palabra. Moraima, sentada en un cojin á los piés de su madre, tenia los ojos clavados en el suelo, miéntras jugaba distraída con las puntas de sus rubias trenzas, que por hombros y pecho la caian, viniendo de atrás adelante.

— Sólo siento, —dijo al fin Yusef,— no poder darte algo, que te recuerde nuestra casa. De Galicia traje yo un fiel alano. De Málaga, ¿qué podrías tú llevar?...

Yusef entró en la casa, y Juan de Silvela puso los ojos en Moraima; esta alzó los suyos tambien, y ambos permanecieron largo rato mirándose, como, en noche de verano, devuelve el sereno espejo de la bahía de Málaga sus rayos á la luna, que sin cesar riela en el apacible ondéo de las aguas.


IX.


"Yo m'era mora Moraima,
Morilla de un bel catar:
Cristiano vino á mi puerta
Cuitada, por m'engañar..."

Aquí llegaba Juan de Silvela, cantando, miéntras bruñia el capacete, cuando Moraima exclamó:

— No sigais... que teneis un modo de cantar, tan triste, que me dan deseos de llorar, con sólo oíros.