campo,— que los Cristianos anduvisteis harto imprudentes. Por cierto, que no era sino tentar á Allah, emprender á ciegas tan desatinada correría.... Aún no habiais salido de Antequera, y ya estábamos avisados todos los guerreros para saliros al encuentro. Si ántes no lo hicimos, fué por dejaros caer en la trampa, de suerte que no os pudieseis escapar.
— Y bien lo hicisteis, á fe. Por cierto, que, ni aun puedo decir, si el Maestre es con vida.
— Sano y salvo está.
— Entónces.... sólo siento hallarme cautivo, y no tomar el desquite en su compañía.
Llegóse Yusef al Cristiano, y le enseñó una gaviota, que, en aquel momento, volaba, casi rozando la cumbre del cerro de San Cristóbal.
— ¿Ves aquella gaviota? —dijo el Musulmán; mírala bien..... Pues tan libre eres tú.
— Gracias, Yusef... —exclamó el Cristiano conmovido;— pero yo te debo rescate.
— ¿Pagué yo alguno al Mariscal Pero Pardo de Cela, cuando me dió libertad?
— ¿Tú has sido cautivo del Mariscal?
— Como tú, caí herido en sus manos; como á tí me asistieron en el castillo de la Frouseira, en Galicia, por órden de su señor. Como yo á tí... me pusieron en libertad... Ya sabes que el Mariscal es tan altanero con sus iguales, y aun con los reyes... como blando, en general, con los que toma bajo su amparo. Supo que yo tenía madre, y era hijo único; y al punto mandó curarme, para después ponerme en libertad sin rescate. En mi convalecencia, casi puede decirse me asistió ese hermoso alano, que ahí yace á tus pies. Viendo Pero Pardo, que á todas partes me seguía el noble animal, me le regaló diciendo:
— Te doy uno de los mejores alanos que hay en España.
— Y tenia razón, —añadió Yusef,— Sil es el mejor perro de su casta que he conocido.
— ¿Y cómo no le llevas á la guerra?
— Porque no me le dieron, para que le enseñase á matar á los tuyos...
— Noble respuesta.
— No, sino la que me dicta mi sangre; —respondió Yusef,— que, según ya sabes, es tan española como la tuya...