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que la timidez de la paloma, que en las Moras se advierte, recordaba la gracia y gallardía del cisne. La marlota, con que remplazaba la saya de las Cristianas, y la balmalafa, que hacía veces de manto, parecían gracioso disfraz, y no verdadero traje de la hija de Godos y Españoles.

Y aun si en ello pudiera haber duda, bastaba, para desvanecerla, el divino rostro de Moraima. Era su óvalo levemente ensanchado hacia los pómulos, carácter distinto y aun opuesto al del rostro árabe; los ojos, azules y de mirar dulce y blando, no apasionado ó fiero; la purísima linea griega de la nariz, sólo cedia en belleza á la boca más graciosa y admirablemente modelada, que imaginó para la hermosura de la mujer el Autor de lo creado. Rubios y ensortijados cabellos ornaban la frente y sienes de Moraima, mientras el pudor de la inocencia iluminaba, digámoslo, su tez de rosa y azahar.

«Lel-la... no... ángel, serafín bajado del cielo, sois, Moraima,» exclamó el Cristiano al abrir los ojos y ver que la hermosa inclinaba el rostro hácia él, por si dormia.

Vividos rayos de esplendente lumbre envia el sol á los picos de la sierra de Mijas, cuando aún permanece la roja esfera allende las aguas, para las márgenes del Guadalhorce: así encendió el rubor las mejillas de Moraima


VIII.

— Ya estáis mejor, caballero; se os conoce en la voz, —dijo la doncella, con el gracioso acento que aún conservan las hermosas hijas de la costa de Málaga.

— Dos cosas me habéis dicho, Moraima, —respondió el Cristiano;— que no son de igual manera verdad. Decís que estoy mejor, y es cierto; pero me habéis llamado caballero, y no lo soy, aunque hidalgo.

— Pero podeis serlo, cuando querais.

— Cuando esté armado.... Cabalmente, á eso vine por escudero del Maestre de Santiago; pues yo no queria me armasen caballero sino después de ganar tamaña honra con la espada. Dios no quiso conceder la victoria á los Cristianos....

— Dí más bien, —interrumpió Yusef, que á la sazon volvía del