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sueño, reclinado en los cojines que las caritativas mujeres le ponian diariamente á un lado de la entrada, al resguardo del sombrajo. Añádase á aquella facilidad de trato con las mujeres, que los Musulmanes españoles eran acusados por los de su propia fe, de África y Asia, de no muy fieles guardadores de los preceptos del Profeta. Como dos siglos ántes del tiempo á que se refiere esta narracion, un Rey de Almería se puso turbante, por complacer á los Musulmanes africanos, prueba de que los españoles no tenian mucha costumbre de usarle.

Pero, si en esto sólo se apartáran de su ley los nacidos aquende el Estrecho, todavía se les podia perdonar. Ello era que el Koran quizá estaba obedecido; pero como buenos hijos de Iberia los del Andalus, y corriendo por sus venas no poca sangre nuestra, practicaban, á propósito de su religión, aquella tan sabida máxima española: Se obedece, pero no se cumple. Los Musulmanes de la Península llevaban el quebrantar la ley de Mahoma, hasta el punto de beber vino. No sigamos diciendo su mala manera de ser verdaderos creyentes; pero añadiremos, que, si bien no habia ya entre ellos los filósofos burlones, y aun ateos de Córdoba; que allá, como en todas las épocas de decadencia moral y próxima ruina de un pueblo, mancillaron las escuelas musulmanas, á semejanza de los hongos venenosos que nacen de vegetales corrompidos; todavía los austeros Musulmanes hallaban no poco qué reprender en los Moros del reino de Granada.

De todas maneras, en el campo y en casas de gente que, si bien tenía para vivir, no era rica , se comprende no se hallasen las mujeres del todo reclusas en el Harem como en las ciudades. Asi, miéntras Fátima hilaba, sentada al lado del herido, Moraima salia y entraba en la casa, ó bien permanecía en las habitaciones interiores, ocupada en los quehaceres diarios, ni más ni menos que hoy las hacendosas mujeres de aquellos contornos. Una esclava negra, niña de catorce años, pero robusta y enseñada á servir, ayudaba á Moraima, cuando ésta tenía que emplearse en las faenas más rudas.

El trato frecuente de los Moros con los Cristianos, y la ventaja que éstos llevaban á la sazon en todo, eran causa de que muchos, por tierra de Granada, hablasen castellano. No eran tantos por la de Málaga; pero Yusef, que algo sabia ántes de verse herido y cautivo, tuvo luego espacio de sobra para aprender el idioma de