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Y, á imitacion de los primitivos fabulistas de Oriente, lloraron los hijos de Nembrod la pérdida de su querida Babilonia; admiraron los descendientes de Abraham las maravillas de la corte de los Faraones; celebraron los Griegos los trabajos de Hércules y las hazañas de Teseo; y hasta la altiva Roma, refractaria por educación y temperamento á las aventuras noveleras, hubo de poner en prensa el ingenio de sus cónsules para distraer á sus matronas con historias como Las Menipeas de Petronio, dignas de la nacion que habia venido al mundo, gracias al robo tradicional de las Sabinas.

Los Bárbaros del Norte, á quienes pasó la civilizacion romana, sencillos por naturaleza, austeros por instinto, mayormente guerreros que poetas, no dieron un solo paso en el campo de las concepciones imaginativas.

Pero llegó el siglo VII.

Y un pueblo jóven, vigoroso, salido de los vergeles de la Arabia, fanatizado por un hombre que ofrecía á los que muriesen en su defensa siete cielos de deleites incomparables, siete cielos llenos de luz, de vida, de alegría, de músicas sonoras, de perfumes embriagadores y mujeres sin cuento, tan hermosas que bastaba una de sus miradas para iluminar la tierra en la noche más tenebrosa; envió sus naves á Constantinopla y sus corceles contra Egipto.

Dueño de éste y de toda la costa septentrional de aquel continente, desde el Atlántico al Mar Rojo, bien pronto se apoderó del eden de sus ensueños, de España.

Y miéntras la cultura de Aténas y Roma comenzó á extenderse por Italia, la del califato de Córdoba, que aventajó á la de Damasco, traspuso el Pirineo para inspirar la imaginación de los trovadores de la Galia Gótica ó Provenza, entregados á la poesía y los placeres, miéntras nosotros apénas teníamos tiempo para luchar contra el poder de nuestros dominadores africanos.


II.

DE LOS LIBROS DE CABALLERÍA.


Las encarnizadas campañas del derrotado por nuestros abuelos en el paso de Roncesvalles, dieron á Francia una gloria militar, la corona del antiguo imperio de Occidente con todas las tierras comprendidas —exceptuando el patrimonio de la Iglesia— desde el Ebro al Oder, y una gloria literaria, los libros de caballería.