y de la industria; acrecentándose de este modo nuestra preponderancia en Europa y renaciendo por completo nuestro carácter.
Bien pronto, á la vez que volvian por los fueros del teatro español el asturiano Gaspar de Jovellanos con su drama El Delincuente honrado (1770) y el extremeño García de la Huerta con su tragedia Raquel (1778), en la cual presentía ya la revolución que en 1830 habia de inaugurar Víctor Hugo con el Hernani, tornó á aparecer la novela con el Fray Gerundio de Campazas.
Su autor, el jesuíta José Francisco de Isla, juzgó conveniente —atendido el estado sacerdotal á que pertenecía— ocultar su verdadero nombre bajo el seudónimo de Francisco Lobon de Salazar, máxime cuando se cifraba su intento en combatir los defectos de las universidades y en desacreditar, como lo consiguió, á los malos predicadores, verdaderos caballeros andantes de la época.
El Fray Gerundio, inspirado en el modelo inmortal de Cervantes, y cuyo segundo y último tomo hubo de publicarse en Inglaterra, en 1772, efecto de la intolerancia de la Inquisicion, puede pasar por un libro escrito con ingenio, con no poca erudicion y gracia, y en estilo correcto y elegante; pero como obra dramática se cae de las manos.
Su horizonte es excesivamente reducido; su objeto mayormente teológico que poético; y el carácter de su protagonista, hablador sempiterno, iracundo y pedante, por extremo monótono y cansado.
No obstante, habíase dejado oir una voz en el campo de la novela española, y de esperar era que nuestros ingenios se esforzaran por responder al llamamiento.
IX.
Y asi fué.
El estampido de los cañones de Napoleón despertó en 1808 de su sueño al pueblo ibero, cuando entre un padre débil y un hijo indigno precipitábase España hácia su ruina.
Y la libertad, la musa del arte, la estrella del progreso, halló cantores como Quintana y el sacerdote Nicasio Gallego, que la ofrecieran los raudales de su inspiracion con todo el entusiasmo de su alma.