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¿Ni cómo habia de existir otro público, cuando las extravagancias de los secuaces de Góngora habían concluido por corromperle y estragarle, cual hoy le están por opuesta senda estragando los escribidores galo-bufos?

Tal era al espirar el siglo XVII el espectáculo que presentaba nuestra infeliz patria, en cuya corte Austria y Francia se disputaban á guisa de hienas el cetro español, á la vez que los diplomáticos de La-Haya se repartian nuestro suelo, cual si se tratara de un país por conquistar, de las montañas del Riff ó de alguna de las vírgenes sabanas de América.

¡Oh! Al recordar los desaciertos pasados no era de extrañar lo sucedido.

Habiendo regido tantos años el fanatismo en religion, el despotismo en política, la ambicion por inspiradora de una y otra y la Inquisición como la esfinge del mal, que todo lo presidia; nada más lógico que España cayera, de la manera que cayó, desde el cielo de su poder al abismo de su impotencia.

De un alcázar, construido defectuosamente por su base, tan sólo es de esperar su ruina; de una nacion, que lleva en sus entrañas el veneno del oscurantismo, tan sólo es de esperar su muerte.


VII.

PARÉNTESIS.

La novela es la epopeya del pueblo, y en tal concepto el espejo donde debe de reflejarse la prosperidad ó decadencia de una sociedad determinada.

Ahora bien: muerta nuestra entidad social, ¿cómo no habia de morir también nuestra novela?

Y lo extraño fué que ésta llegára al apogeo de su esplendor, cuando en caso debiera de haber comenzado á manifestarse únicamente.

¿Cómo, sin embargo, nuestro siglo de oro en literatura coincide con el que pudiéramos llamar siglo de oropel en política?

Acontecimiento es este explicable tan sólo como se explica la aparición de Homero ó de Demóstenes, de Hipócrates ó Apéles, precisamente en los primeros dias de la civilización europea; como