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ya mayormente porque, con la influencia francesa del siglo XVIII, fueron heridas de muerte las costumbres verdaderamente españolas.

Desde este momento España cae como rendida del trabajo intelectual que la encumbrara al apogeo de su gloria, para que historiadores como Ticknor confiesen hoy que en poco más de un siglo que duró entre nosotros la aficion á las novelas, el ingenio español produjo tantas como el italiano en cuatro y medio que en Italia fué cultivado aquel género.

Pero sonó nuestra hora fatal.

Y, mientras el sol de la civilizacion se lanzó á iluminar otros horizontes, nosotros fuimos de dia en dia sumiéndonos más y más en los antros de la miseria y la ignorancia.

Y al espíritu creador sustituyó el espíritu servil de imitacion extranjera.

Y sobre España se levantó Francia.


VI.

VERDADES AMARGAS.

Pero ¿cómo es posible que la salud dé de sí la agonía, que la robustez dé de sí la raquitis, que la luz dé de sí las tinieblas?

¡Ah! La muerte de nuestra novela, como de nuestra literatura en general, como de nuestra política, como de nuestra importancia social en el mundo, estaba iniciada de muy antiguo, no desde Felipe II, desde Cárlos V, desde los Reyes Isabel y Fernando.

Conviene decirlo de una vez. Muchas de nuestras glorias son glorias de relumbron, de brillo ilusorio, falso, cual el del fósforo que resplandece en la oscuridad para extinguirse ante la luz.

Y esa luz debe derramarla hoy la crítica moderna para que nos sirva de guia en lo futuro.

Los Reyes Católicos terminan en Granada la epopeya comenzada ocho siglos hacía; realizan el pensamiento de nuestra unidad política; impulsan á Colon al descubrimiento de América; inauguran las conquistas de África; y gracias al Gran Capitán, al vencedor de Ceriñola, arrojan de Italia á los Franceses para unir á sus dominios el reino de Nápoles, como lo estaba ya Sicilia; pero