ambicionar entónces, por afan de lustre, un hombre como él. Habíale concedido Dios un hijo, para colmo de su satisfaccion, y este hijo, después de ir á la escuela y tomar algunas nociones de latin con los padres Escolapios, fué, vellis nollis, cuando tuvo quince años, agregado al atril principal del escritorio, con el objeto de que fuese instruyéndose en el ramo, para que algun dia sustituyese á su padre en la dirección de la casa que éste habia colocado á tanta altura.
Cuando el chico llegó á cumplir los veinte, pasaba en el ánimo del rico indiano algo que le hacia soñar más de lo conveniente. Oia, aunque muy á lo léjos, ciertos rumores extraños, y aspiraba en el aire reposado y tranquilo de la plaza efluviós de un aroma que le era desconocido. Leia que en el extranjero viajaban al vapor hombres y mercancías, y que alguna plaza española se habia dejado seducir ya por la tentación innovadora. Verdad es que Santander, excepción hecha de las diligencias que años antes se habian establecido, se hallaba en la misma patriarcal tranquilidad en que la dejó él para ir á América, y la halló á su vuelta; que su comercio seguia tan rutinario como entónces; que su exterioridad no revelaba, ni al más avaro, que servia de albergue á una comunidad de capitalistas, cuya justa reputación de tales daba ya la vuelta al mundo; y, en fin, que la procesión de carretas cargadas de harina que diariamente asomaba la cabeza por Becedo, léjos de disminuir en longitud, llegaba con la cola hasta Reinosa; pero que afuera pasaba algo, y algo muy grave, era evidente; que ese algo amenazaba la quietud tradicional de Cantabria, estaba bien á la vista. Y ¿qué sucedería en el caso probable de una invasión? No podia él adivinarlo, porque no conocía al enemigo. Era, pues, indispensable conocerle para resistirle, si se podia, ó para aliarse á él si valia la pena, y
— ¡Vete con mil demonios á ver qué es eso! — dijo un dia á su heredero.
Y éste marchó, bien recomendado, á Francia, Inglaterra y Alemania, á instruirse en todo cuanto cupiera en la jurisdicción de un comerciante á la extranjera.
Seis años se estuvo por allá el joven Regatera, y á su vuelta, presentándose con patillas muy largas, cuellos hiperbólicos y fumando en pipa, le recibió D. Apolinar con una ansiedad indecible. El ruido extraño habia ido en ese tiempo creciendo, y los efluvios