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DOS SISTEMAS.

Este era un joven jurisconsulto de ingenio nada escaso, que seguia desde mucho atrás la pista á la beldad en cuestión, habiendo recibido de ella más de tres sonrisas y de trescientas miradas, lo cual no era poco, dado un carácter semejante. Pero la firma del pobre abogado no se cotizaba en el bolsin, y el padre de su ídolo, que sabia esto... y lo otro tambien, no sosegaba un punto. Juzgúese del placer con que oiria las proposiciones del nuevo pretendiente. En cuanto á la pretendida, no mostró hacia ellas la menor repugnancia; y se explica, aunque parezca que nó: era el candidato indiano rico, y los noviós de esta madera siempre fuéron aqui de moda; y yendo á la moda una mujer va muy á gusto, aunque lleve á cuestas un borrego.

Casado D. Apolinar, alquiló tres partes de una casa próxima al muelle: el piso principal, el entresuelo y el almacén: el primero para habitación, el segundo para escritorio, y el tercero para depósito de mercancías.

El entresuelo es el que nos importa, y éste es el que vamos á examinar, tal cual se hallaba algunos meses después de ingresar el indiano Regatera en el gremio mercantil.

Era un salón angosto, largo y bajo de techo. A la derecha de la puerta de entrada habia un doble atril de castaño; á la izquierda otro más alto, de pino pintado de color de chocolate; junto al primero dos banquetas, una forrada de badana verde con tachuelas doradas alrededor del asiento, y otra sin forrar; junto al segundo otra banqueta tambien de madera limpia y una especie de facistol de la altura de un hombre; entre los dos atriles, es decir, enfrente de la puerta, una mesa de castaño, rodeada de un listón de media pulgada de alto, y con un grande agujero en un ángulo, el cual agujero servia de boca á una manga de lona que por debajo del tablero de la mesa colgaba hasta cerca del suelo; á un extremo del salón, inmediatamente detras del banquillo de las tachuelas, una puerta recien hecha, con gruesos clavos de apuntada cabeza, cerrada sobre dos pernos enormes, con un colosal candado de hierro, amén de la llave, que, á juzgar por el tamaño del ojo de la cerradura que se veia debajo de aquel, debia pesar dos libras cumplidas; cuando esta puerta, siempre por la mano de D. Apolinar, se abría rechinando, á la luz de un cabo de vela de sebo que el indiano llevaba á prevención, se medio distinguía en el centro de una pieza de seis pies en cuadro una mole de hierro que, aplicando á una hoja

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