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DOS SISTEMAS.

Personas que al fondear el buque en frente de la Monja, le vieron de pié sobre la toldilla de popa contemplando afanoso el panorama que se desenvolvía ante sus ojos, aseguran que era bajo de estatura, ancho de espaldas y de piés planos y juanetudos. El color de su cara moreno pálido y algo reluciente ; los pómulos destacados, los ojos pequeños y hundidos, los lábios gruesos y mal cerrados y las cejas espesas; la cabeza, en conjunto, redonda como un queso de Flándes, pero de mayor diámetro que el más grande de estos; el pelo corto, espeso y áspero; la barba rapada á navaja, ménos un mechón, entre mosca y perilla, que le colgaba del lábio inferior, y una especie de barboquejo de largos pelos que le protegia el cuello de la camisa contra los punzantes cañones de la sobarba. Sobre el pelo llevaba un jipi-japa, y bajo la perilla, arrollado al pescuezo, un pañuelo de seda á cuadros rabiosos. Vestia levita negra de Orleans, y pantalón y chaleco de dril blanco, destacándose sobre el último gruesa cadena de oro, y calzaba holgados zapatos de charol.  Y es cuanto tengo que decir al lector acerca de D. Apolinar de la Regatera desde que salió impúbero de la choza paterna hasta que llegó de retorno de la Habana, casi viejo, á la bahía de Santander.  Hallábase este mercado á la sazón, á plan barrido, como decirse suele, en punto á azúcares y cafés. Súpose en breve lo del arribo de estos artículos por el bergantín fletado por D. Apolinar, llovieron demandas sobre éste, y sin dejarle desembarcar siquiera, arrebatáronle el cargamento al precio á que quiso cederle.  De este modo el caudal de Regatera, mejorado, como los vinos, con el mareo, salió de la Habana con medio millón y al desembarcar en el muelle de Santander apenas podia revolverse en cuarenta talegas.  El salto, pues, á tierra, de D. Apolinar, hizo más ruido en el pueblo que el que han hecho en el mundo los saltos más célebres, desde el de Safo en Leúcade hasta el de Alvarado en Méjico, y los de Leotard en los trapecios de su invención. Su entrada en Santander, á la vez que un negocio, fué un triunfo. La plaza le saludó con todos los honores, batiendo á su paso el cobre de las cajas más repletas, y abriéndole de par en par salones y gabinetes. El vulgo se conmovió tambien con tanto ruido, y en mucho tiempo no conoció al afortunado intruso por otro nombre que el del indiano del azúcar.