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DOS SISTEMAS.

suya. Así fué que, dándosele una higa porque á sus oidos jamas llegase una palabra de cariño ni á su pecho una pasión generosa, echó un dia una raya por debajo de la columna de sus haberes, y se halló dueño absoluto de un caudal limpio, mondo y lirondo de veinticinco mil duros; sumó después los años que él contaba, y resultaron cuarenta y cinco.

— ¡Alto! —se dijo entónces;— reflexionemos ahora.

Y reflexionó. Era la primera vez que tal le ocurría en tantos años empleados pura y exclusivamente en atesorar peluconas.

Hé aquí el resumen de sus meditaciones:

«En la situacion en que se hallaba podia, dando más latitud á sus especulaciones, aumentar considerablemente el caudal; pero se exponía tambien á perderle; además, le habian conocido alli ciruelo y no le prestarían la consideración á que se juzgaba acreedor. Lo contrario le sucedería en su pueblo natal, donde pasaría por un Nabab, llevándose el respeto y las atenciones de sus paisanos; pero ¡eran estos tan pobres! Iban á saquearle sin piedad. Por otra parte, habiendo muerto ya sus padres, á quienes en vida socorrió largamente, ¿qué atractivo podian tener para él los bardales de su lugar? Establecerse en Santander ya era distinto: esta ciudad, que al cabo era su país, le brindaba con ocasiones de especular, si quería; de figurar en primer término entre los más encopetados señores, y, sobre todo, de casarse con una señorita joven y fina, único lujo de ilusiones que se habia permitido su imaginación en los treinta años de cadena sufridos detras del mostrador.

Como buen montañés, sentía muy vivo en su pecho el santo amor á la patria, y no vaciló, conste en honra suya, para adoptar una resolucion definitiva.

Esta fué la de trasladarse, por de pronto, á Santander con cuanto le pertenecia, y al efecto escribió pidiendo los necesarios informes acerca del estado de la plaza.

Ateniéndose con fe á la contestacion, que procedia de persona de reconocida formalidad, invirtió su dinero en azúcar y en café, fletó un bergantin y se embarcó él mismo á su bordo, resuelto á hundirse con su fortuna en el Océano sí estaba escrito que el fruto de tantas privaciones no habia de llegar á seguro puerto.

Pero, léjos de hundirse, hizo uno de los viajes más rápidos que se hacian entónces: cincuenta días tardó nada más desde el castillo del Morro al de San Martín.