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DOS SISTEMAS.

— ¡Si tienes echado á la plaza cien veces más del que puedes sufrir!

— Juzgando con el viejo criterio mercantil, yo lo creo.

— El viejo criterio!... el viejo.... ¡ingratos! el viejo os amontonó esos caudales que apenas veo por ninguna parte; el viejo criterio os legó con ellos un crédito bien fundado que estáis destruyendo miserablemente!

— Para edificar.

— ¿En dónde?

— En todas partes: hemos creado un pueblo: hemos dado la vida al cadáver del país entero.

— Habeis echado la casa por la ventana, y nada más.

— Aun asi, por generosa fuera justificable nuestra conducta.

— No hay generosidad en arrojar la hogaza, cuando no se está seguro de no tener que salir después á mendigar un mendrugo de ella.

— En todo caso ¿quién se opone á la corriente?...

— La prudencia, el viejo criterio.

— No pudo resistirla, y abondonó su puesto.

— A una generación mas jóven, para que con sus brios y nuestra experiencia utilizase lo bueno del actual sistema; no sus errores, no sus delirios. Eso queríamos, y eso han hecho los únicos que en este desconcierto que á ti te arrolla, marchan con pié firme al término que se han propuesto.

— Ya veremos qué camino es el mejor, si el de ellos ó el mió.

— Yo lo tengo bien visto ya. El tuyo es el de la perdición, el otro todo lo contrario.

Y en esto, yo no sé qué aires soplaron en Castilla, que trasponiendo las cumbres de Reinosa bajaron al valle, y á su contacto se bamboleó la piedra en que espantado pensaba D. Apolinar; y todas las del edificio se removieron; todas, ménos unas pocas adheridas aún á la argamasa rancia que sabian batir los viejos comerciantes. El temor de una catástrofe produjo un pánico indescriptible. Hasta entónces las de este género se contaban en Santander como hechos fenomenales, y el temor de que una pudiera realizarse quitaba el sueño todavía á los ménos aprensivos y más asegurados.

Al mismo tiempo las cajas de aquellas sociedades que habian de realizar tantos prodigios, léjos de dar, pedian hasta por Dios,