Página:R.E.-Tomo VIII-Nro.30-Id.02.djvu/10

Esta página ha sido validada
198
DOS SISTEMAS.

impregnando toda la atmósfera de la plaza; el enemigo avanzaba rápido y hasta se dejaba ver en ella, y D. Apolinar y los suyos eran notoriamente el blanco de la saña del invasor: el terreno se hundia bajo sus piés, y en todas partes estaban estorbando. Como á los cómicos viejos que hacen papeles de galan, se les toleraba a veces en obsequio á lo que habian sido, pero léjos de escitar el entusiasmo sus esfuerzos, inspiraban compasion.

Sus trajes, sus costumbres, su estilo, todo en ellos empezaba á ser raro y y el pueblo mismo, tan fiel hasta entónces á las exigencias del carácter de los viejos señores, ocultaba sus ruinas, lavaba su cara, ensanchaba sus calles y se entregaba alegre y ufano al intruso. Decididamente no era la generacion de D. Apolinar, por otra parte encanecida y achacosa, la que habia de luchar contra aquel torbellino, ni de soportar siquiera su vertiginoso empuje, sin perecer en él. De aquí la ansiedad con que Regatera recibió á su hijo al volver éste de esos mundos de Dios, como decia el pobre hombre cuando hablaba del paradero del expedicionario.

Ni el polvo del camino, como quien dice, le dejó limpiarse.

- Esta es mi fortuna limpia y saneada: cinco millones y medio, en buques, mercancías y onzas de oro. No eres lerdo ni calavera; pero de nada servirá tu prudencia si los demás te empujan: no me inspira fe vuestro porvenir, porque eso es más fuerte que todos vosotros, y como seria muy triste que después de pasar la vida amontonando talegas tuviera de viejo que comer de limosna, retiro del fondo el pico para mi, y te dejo el resto, que no es flojo. Buen provecho te haga, y allá te las arregles, que al cabo para ti habia de ser.

Dijo D. Apolinar, y, enternecido, traspasó á las manos de su hijo el cetro de su dorado imperio.


IV.

El modesto escritorio quedó radicalmente trasformado desde el momento en que el nuevo jefe de la casa se posesionó de él. La caoba, la gutapercha y el aterciopelado papel, sustituyeron al castaño, á la badana y á la deleznable cal de aquellos atriles, banquetas y paredones. Cayeron con estrépito los de la mazmorra, y en vez de la pesada caja que amparaban codiciosos, colocóse en el elegante improvisado gabinete cerca del boureau señorial, un