Y, en pago, la besaba el sol ardiente,
suspirando halagábala la brisa,
requiebros le decia la corriente
que á sus pies deslizábase sumisa,
las aves la cantaban tiernamente,
y aplacíase el cielo en su sonrisa...
mas la luna (tal vez por experiencia),
velaba sin sosiego su inocencia.
Una tarde de Julio, en que su velo
el crepúsculo al cabo recogía,
sin que tornase á levantar el vuelo
el aura que en los árboles dormia,
al extinguirse en el confín del cielo
la postrimera claridad del dia,
dobló la flor su frente nacarada,
pensando... ¿en qué? —Seguramente en nada.
Y no porque era flor: —que una doncella
tampoco suele meditar gran cosa
cuando está enamorada y es muy bella.—
Dobló, pues, la cerviz la flor hermosa,
y durmió ó no durmió... ¡Sábelo ella!
Yo diré que yacía silenciosa,
cuando poco después de media noche
la despertó de su letargo un coche.
Era el carro de plata de la luna
que aparecía entonces por Oriente,
como hermosa Duquesa que á la una
regresa del teatro muellemente.
—Un trovador (acaso sin fortuna)
alzó en esto su cántico doliente...
¡Era aquel ruiseñor que siempre canta
cuando la tarda luna se levanta!