Á la orilla de un plácido árroyuelo,
que en sus cristales nítidos retrata
el verde margen y el tranquilo cielo...
—lengua armoniosa de fulgente plata,
que siempre está contando sin recelo
de aquella soledad la vida grata,—
una noche clarísima y serena
nació una melancólica azucena.
Esto pasó en Abril. —El sol de Mayo
miróla ya, formada y entreabierta,
beber ansiosa el matutino rayo,
cual alma jóven que al amor despierta...
Y ya las brisas, con falaz desmayo,
de su fragancia virgen, leve, incierta,
los primeros efluvios le robaban...
que con frias lisonjas le pagaban.
En Junio... la magnífica azucena,
sultana favorita entre las flores,
gala y encanto de la orilla amena,
hechizo de los céfiros traidores,
ya prodigaba, de ufanía llena,
al aire... sus balsámicos olores,
su candidez... al sol, su risa... al cielo
y su imágen... al lúbrico arroyuelo.