Eminencia, y mañana mismo pondere á su Majestad los daños que se le siguen y á esta Monarquía de tener á su lado al Almirante, y consiga decreto que le destierro á Rio-Seco, con expresión de no volver á la Corte ni salir de aquel lugar hasta nueva orden. El Rey entrará bien en este medio, porque le aborrece, y con su ausencia se descubrirán y ejecutarán otras cosas. Y en fin, señores, —y aqui Leganés dio con el puño en la mesa, que era de taracea,— si se resiste el valido, que vayan dos Alcaldes de Corte y le llevan al castillo de Pamplona, y si no, yo iré allá con más de doscientos reformados que tengo á mi devoción, hombres de garbo y Oficiales de valor probado, que harán correr á la escolta del Admirante, que es, como suya, compuesta de gallinas, poetas y bufones. Y no digo más.
— Y ha dicho bien vuecelencia, —exclamó Ronquillo:— eso debe hacerse, y aún no basta; es menester más: y luego que se saque al Almirante, se ha de dar tras la Reina hasta meterla en las Huelgas de Búrgos.
— Tened, Sr. D. Francisco, —interrumpió Monterrey alterado con lo que oia;— su Eminencia nos ha llamado para discurrir resoluciones practicables, y no cosas imposibles y descabelladas. Ya la empresa de remover al Almirante me parece ardua, porque el empeño se roza con cosas delicadas, de que no es bien decir aqui ni son para dichas, y que podrían dar con el Rey en la sepultura; y entonces se vieran los chapiteles debajo de los cimientos. Con que, Sr. D. Francisco, ya veis que estas materias, aunque todos las tratan, no son para todos.— Y esto diciendo, Monterrey se dejó llevar de la ira, y levantándose de la silla dio dos pasos hacia Ronquillo.
— Mire vuecelencia lo que hace,— dijo Ronquillo, levantándose también pálido y descompuesto.
— Siéntese, por Dios; siéntese, por vida mia, —dijo Portocarrero, metiéndose por medio y empujando suavemente á Ronquillo;— y oigamos, si os place, á D. Sebastian Cottes.
Tranquilizóse Ronquillo, apaciguóse Monterrey, se recobraron todos, y Urraca lanzó una mirada rápida al Licenciado. Este, que habia permanecido impasible, se sonrió, y haciendo una reverencia al Cardenal y á los demás, dijo:
El Sr. Conde de Monterrey ha ponderado muy bien el peligroso natural del Rey (Dios le guarde), á que yo añado la opresión en que se halla para que pueda inclinarse á nada que le sirva de alivio