Galma, de que venía su amo; amenizó el discurso con citas de griegos y latinos acerca del amor de la patria y de la inmortalidad en la historia, verba et voces; y como tenia algo de coplero, concluyó diciendo con aire zumbón: «Dios nos asista, señores, y nos mejore, y no puedan decir mañana los chulos: Si un mal Gobierno se acaba, viene otro peor Gobierno.»
Frunció las cejas el de Monterrey al oir esta que le pareció villana insolencia, y habiendo estado un instante suspenso, se volvió al Marques de Leganés, quien sonriéndose le dijo:
— Bueno, Conde: ¿quiere vuecelencia que yo rompa la valla como si fuera algún escuadrón? Antes sírvase de decir lo que le parece, que esa será lo que debamos seguir.
Hubo otro momento de silencio.
— Yo, —dijo al cabo Monterrey,— alabo ante todo el santo y vigoroso celo de su Eminencia, —y aquí se volvió á Portocarrero,— por el bien público, ¿eh?.... el cual le mueve á sacrificarse y entrar en una senda tan sembrada de espinas y arriesgadas dificultades, ¿eh?
Monterrey se interrumpía á cada palabra con un ¿qué? ó un ¿eh? que eran sus frecuentes estribillos. El lector puede encajarlos á voluntad en su parlamento.
— La prenda que su Eminencia tiene del Rey, no me parece bastante, —continuó el Conde.— Cualquiera novedad que se intente no podrá dejar de ser enojosa á la Reina, y ha de saberla al punto, porque el Rey (Dios le guarde), al menor ahogo lo cuenta todo. —Contóle á Matilla la burla de Oropesa, de que sólo á él dejaría la presidencia; contóle á Oropesa cuanto le decía la Reina, y á ésta cuanto le decía. Oropesa, y no tengo que recordaros que por estas hablillas cayó D, Manuel de Lira de la Secretaría de Estado y del Despacho universal de esta vasta Monarquía. Con que no caiga vuestra Eminencia del mismo modo, y de esto se siga no remediarse nada, y quede vuestra Eminencia expuesto á que le retiren á Toledo.
— A mí me parece, —dijo con vehemencia Leganés, interrumpiendo en este punto al Conde,— que no puede ser mayor la prenda que la de conocer el Rey sus yerros, atribuyendo á ellos su misma dolencia. El que su Majestad se descuide en el secreto, no debe acobardarnos; es achaque de Príncipes, y sólo se ha experimentado en cuentos y cosas de chiste: así, yo opino que no desespere vuestra