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Pareció bien á todos, aun al mismo Conde, la indicación de Ronquillo; pero se desechó por considerar había mucho riesgo en la dilación y residir Posadas en Córdoba, y principalmente por tenerse como cierto que su virtud no le permitirla ir á la Corte.

— Con que, —dijo Cottes, cambiando una mirada con Urraca,— lo mejor es que resuelva vuestra Eminencia.

Y sin más, se despidieron todos, y salieron de la Cámara del Cardenal.

Era media noche.


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A los dos dias de este Consejo, ó mejor, conspiración, entró el maestro Froilan Diaz en la Corte, por la tarde, á tiempo que el Rey estaba desde su cama oyendo los violines y los violones que en la pieza inmediata á su Real Cámara tocaban los músicos para divertirle.

Matilla, que en el hueco de una ventana estaba hablando con el Doctor Parra, médico de su Majestad, al ver atravesar la pieza al Sumiller de Corps, Conde de Benavente, con el Catedrático de prima de Alcalá, comprendió que estaba caido, y dijo á Parra: — Adiós, amigo, que esto empieza por donde había de acabar.

Callaron al punto los violines y los violones, confesó Froilan al Rey, y salió de la Cámara, después de media hora, acompañado y cortejado de los áulicos hasta la puerta misma del convento de Santo Domingo, y en el patio se encontró á D. Francisco Ronquillo que le aguardaba para cumplimentarle en su nombre y en el de su hermano D. Antonio. Todos procuraron congraciarse con el poder naciente; todos festejaron al afortunado Froilan; en Palacio no habia nadie que no lo creyera repartiendo cargos á unos, destierros á otros, y no faltó quien falsamente, ó mal informado, asegurase ser muchos los decretos que habia en la covachuela.

La verdad es que el cambio aún fué más trascendental, que con él se dio el golpe de muerte á la Reina y á su partido, y él decidió por siglos de los destinos de España. El partido francés triunfaba con Froilan, y entre tanto, en una celda del convento del Rosario, de pena ó de despecho, moria Pedro Matilla, que fué hasta allí, como se dijo en su epitafio, el eje y móvil primero de la Monarquía.

Esto no es novela: esto es historia: Cosas de España, como dice su epígrafe.


Zacarías J. Casaval.