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dignamente á mis invitaciones, prometiéndome su cooperación; algunos Prelados y Cabildos han tomado ya honrosísima iniciativa: de esperar es que, sacudida la habitual inercia, sigan todos el noble ejemplo, que imitado por los Párrocos, habrá de acaudalar á este naciente Museo en tal manera, que eclipse á los más renombrados, en cuanto á este linaje de riquezas.

Pero en lo que no ha de tener par, ni rival, por las razones arriba expuestas, es en todo lo concerniente al arte y estilo mudejar, único y característico de nuestra España. Cuando en 19 de Junio de 1859 alcancé la honra de pronunciar en el seno de la Academia de Nobles Artes mi discurso de recepción, tomé por asunto el estudio de este arte, materia hasta entonces no tocada, en cuyo trabajo me ayudó, respondiéndome á nombre del Cuerpo, mi dulce amigo D. Pedro de Madrazo. Todas las observaciones que alli apunté respecto de la Arquitectura, que acude, durante los siglos XIII, XIV, XV y parte del XVI, á representar la cultura española; todas las indicaciones, que respecto de las costumbres y en orden á la indumentaria y al moviliario hizo con grande perspicuidad el referido académico, van logrando nueva y muy luminosa comprobación en cuantos monumentos de todas clases se reciben cotidianamente en este central Instituto. Y no ya se refieren dichos monumentos á Toledo y Córdoba, Granada y Sevilla, puntos donde parecía haber alcanzado mayor desarrollo aquel arte, lastimosamente confundido hasta ahora con el arte arábigo: los testimonios de su existencia y de su predominio en todas las esferas, en que brilla el ingenio español, vienen al par de Valencia y Zaragoza, de Valladolid y León, de Burgos y Pamplona, de Calatayud y Talavera; y en fragmentos arquitectónicos y ricos muebles de peregrina taracea, en vistosos azulejos y gallardos jarrones y platos de doradas labores; en suntuosas estofas y joyas, más preciadas por la belleza de su forma que por el valor de la materia de que se componen, traen siempre el sello de aquel singular maridaje, operado igualmente en las regiones literarias, y que entraña la única explicación de cómo podía ser cumplidero el edicto de 1502, que trajo al gremio del Cristianismo los vasallos mudejares de Aragón y de Castilla. El arte mudejar, fusión brillante del arte cristiano y del arte arábigo, caminando paralelo á la manifestación ojival, penetra al cabo en las esferas del Renacimiento para imprimirle, en el suelo español, el peculiar carácter de nuestra