granadino). En ellas viven al calor de la arquitectura y producen multiplicadas maravillas las artes industriales, con entera aplicación á todos los menesteres y usos de la vida, y en ellas se establece aquel singularísimo comercio con el arte cristiano, á que dejo hecha alusión, de donde nace un estilo propio y exclusivamente español, como que no ha podido producirse ni florecer su igual en otra de las naciones europeas, en tiempo alguno.
Un pueblo que asi cuenta con dos civilizaciones, á cada cual más abastada de producciones artísticas, seguro está, mi excelente amigo, de poseer preciosas y numerosísimas reliquias de ambas, para enriquecer no uno, sino diferentes Museos de antigüedades, con sólo abrigar el firme propósito de allegarlas; y por lo que á éste Nacional concierne, nada aventuro con decir á V. que empieza á tener realidad este generoso desideratum de los hombres doctos de aquende y de allende los Pirineos. No me detendré á mencionar individualmente los monumentos de los primeros siglos del Cristianismo, si bien me complazco en reconocer que no son tan escasos como pudiera suponerse, dadas la rareza de los mismos y la poca estimación en que los ha tenido hasta nuestros dias el exclusivismo de los discretos, más nocivo de continuo que la indiferencia de los ignorantes. Curiosas inscripciones en variados mármoles, bellas lucernas y lámparas de barro y bronce, preciosas urnas cinerarias que recuerdan las más exquisitas del siglo augusteo, inaures exornados de clamasterios, fragmentos arquitecténicos, y otros no menos estimables objetos, dan aquí razón de aquellas artes que se trasformaban paulatinamente bajo la mano del Cristianismo, y de aquella Era de fluctuación y de lucha, que se preparaba á trasmitir á otras edades, en medio de muy dolorosas con tradiciones, la herencia del antiguo mundo.
Más numerosos, puesto que más desconocidos del común de los que se precian de sabios, son ya en este Museo los monumentos de aquel arte, de que sólo se habia conservado memoria en las inextimables Etimologías de San Isidoro. —Usted recordará sin duda, mi distinguido amigo, que en el pasado año de 1857 despertó grandemente la curiosidad del mundo científico el descubrimiento del portentoso tesoro de las coronas visigodas de Guarrazar, cuyas más preciosas preseas habían salvado los Pirineos para figurar en el Museo de las Termas y del Hotel Cluny, como otras tantas maravillas de un arte desconocido. Ni habrá V. tampoco