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el fondo del coche en que se vuelve á casa. Pues esto son, en resúmen, las célebres fiestas musicales de Tullerías; y aunque en rigor no se diferencian de sus semejantes en otros países, no por eso dejan de hacer buena mi afirmación respecto al inevitable aburrimiento con que deben presenciarlas los que, teniendo la desgracia de formar parte obligada de su concurso, tienen asimismo la de no ser sensibles á la influencia mágica de la melodía; cosa que, como es sabido, y para eterna humillación del hombre, acontece á muchos sujetos respetables. Claro es, pues, que no pudiendo gozar con el motivo, y no presentándole esas solemnidades los usuales efectos de los otros espectáculos cortesanos, el político que en ellas tiene que guardar in pectore sus proyectos teóricos y sus ardides prácticos, el héroe que no puede relatar de nuevo sus sacrificios, el diplomático que no puede servir á su Gobierno y servirse á sí mismo en aquel instante, la beldad poniente que no puede demostrar, al menos en un triste paseo, la prolijidad química de su toillette; la tímida doncella que ni siquiera tiene la suerte de poder ejercitar la telegrafía magnética de sus ojos con el cómplice de su pensamiento; el elegante, en fin, que medio asfixiado bajo una inmediata falda de gasa, ve frustrarse lo mismo el esmero puesto en la confección del lazo de su corbata, que la trascendencia de sus planes calaverescos; todas las entidades, todos los elementos, todas las unidades, todos los componentes, altos ó bajos, sabios ó necios, con brillo propio ó prestado, que constituyen esta clase de reuniones; por muy pocas entrañas que tengan, tienen que darse al mismísimo diablo de la contrariedad. Explicándome esto una aristocrática dama francesa, con la más melancólica de las ingenuidades, me decia una vez: — ¡Dios mio! (ya sabrán VV. que el mon Dieu! es la exclamación por excelencia del estilo de buen tono), yo no sé por qué la Emperatriz Eugenia ha pensado y reincide sistemáticamente en estas fiestas insuficientes, nadie se lo agradece.

Y yo creo que tenía razón.


II.

Pero, loado sea Dios, yo que no he sido, ni soy, ni, espero ser en modo ni en país alguno, de esa especie de victimas de la fatalidad opulenta; yo, humilde planta exótica en aquel vergel social; yo, mero curioso que habia logrado asistir á aquella fiesta para