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El mismo viejo amigo deja de sonreir maliciosamente. La viuda, la generosa, la filosófica, la cristiana viuda ¡ah, qué momento para ella! ¡Qué lucha la suya! Sólo ella conoce el martirizador sacrificio que la valerosa jóven se ha impuesto; sólo de ella depende la felicidad de dos nobles seres. ¿Qué hará? ¿Será, en efecto, el egoísmo de su vanidad honrada, la inflexibilidad de sus respetos sociales superior al divino espirita de redentora compasión que hasta allí ha dirigido su existencia?.... Hay un momento de silencioso interes, en que parece se dejan oir los latidos de aquellos agitados corazones; pero es sólo un momento. La cristiana, la sacerdotisa del perdón triunfan al fin de la altiva madre. — «Miente, exclama, señalando á su hijo la humillada jóven; ¡cásate con ella!....»

Y esta es la última obra de Dumas hijo, á grandes rasgos considerada, y abstracción hecha de detalles y personajes secundarios. No es al fin de este articulejo donde debemos entrar en los prolijos comentarios á que esa obra podria dar lugar, sobre todo como pensamiento social y moral, más que como creación artística. Yo, pues, me limito á decir, confirmando mi opinión sobre la literatura de su género, que la juzgo buena, porque la creo necesaria. El bisturí hiere, pero puede salvar.

Una palabra, y concluyo, sobre la ejecución escénica de esta obra. La Sra. Aubray ideal, es de Dumas hijo; pero la señora Aubray de la realidad, que ha entusiasmado á París, es la célebre, la inteligente, la bella Mad. Pasca. Después de la épica Ristori y de la incomparable Favart de la Comedia francesa, yo no he visto humana encarnación artística como aquella mujer inolvidable. ¡Ah, en esto sí que los bárbaros de Europa tenemos que bajar la cabeza! ¡Qué actores los del buen teatro francés! Bien merecen que en otro especial articulo os hable de ellos. Entretanto digo que si yo fuera crítico en Francia, me dirigiría en estos ó parecidos términos á los escritores dramáticos: « Muchas y muy buenas cosas hacéis; pero, ¡Dios mio! (y sería un ¡mon Dieu! justificado) ¡Quién no se siente movido á intentarlas con la certeza de tener tan buenos, tan eminentes auxiliares!....»


S. López Guijarro.