sabrá encontrarla para que su existencia y la de su hijo queden tranquilamente aseguradas. — La jóven recibe con inmensa alegría este perdón y esta promesa salvadora, y cuando todavía enjuga á solas el llanto de su felicidad, el vehemente Aubray viene á declararla su ardiente impetuoso amor, á ofrecerla su mano y á entonar á sus plantas un canto de poética ternura. — Aquella desgraciada, que en el fondo de su corazón comparte, aunque no menos platónicamente, la pasión del galán, comprende, sin embargo, su deber, le rechaza, le descorazona y resiste. En medio de su turbación llega, no obstante, á decirle que, entre otras razones, le mueve á obrar asi la seguridad en que está de que su madre no consentirla nunca en semejante enlace.
Aubray cree descubrir en esta indicación la única causa de aquella resistencia, y persuadido de que tal temor es injusto, vuela al lado de la dulce autora de sus dias, la relata breve y tiernamente la sencilla historia de su amor, y la pide su asentimiento. Pero con gran sorpresa suya, su madre se lo niega. ¿Por qué? La de Aubray no tarda en decírselo; aquella jóven tiene en su historia un verdadero imposible. — Yo la perdono, exclama el fogoso amante. — No basta, hijo mio; las leyes de un nombre sin tacha son inexorables. — ¡Cómo, señora, exclama á su vez el viejo amigo, el de la infiel esposa, que asiste al diálogo; y es V. la que se expresa y obra asi! ¿Qué se ha hecho de sus teorías y de sus propósitos?.... — Amigo mio, replica arrebatada la viuda, todo eso hablaba con el mundo entero menos con mi hijo. — Pues no extrañe V. que mi humanitarismo tenga también su excepción.
La involuntaria causante de todo esto, la pecadora, apenas tiene conocimiento de lo que pasa, piensa y toma una resolución llena de verdadero heroísmo moral. Llega á la presencia de la viuda, del hijo y del amigo, y allí, públicamente, declara á Aubray que aunque obtuviera el consentimiento de su madre ella no daría nunca el suyo, porque su historia es mucho más horrible y despreciable de lo que todos creen; porque ellos están en la inteligencia de que no tienen que perdonarla más que la primera falta, cuando no es así; cuando tiene muchas otras de qué acusarse; cuando en ella no ven, en fin, más que una de tantas miserables criaturas...
Ante esa revelación, nada hay posible. Aubray cae desde la altura de su ilusión herido por el rayo de la decepción más cruel.