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concluye siempre por decir á su amiga: ¡Dios la libre á V. de tener que aplicar á un caso propio esa inextinguible sed de perdón.» — «Si ese caso llega, le contesta la de Aubray, seré para mi causa lo que mi deber y mi convicción me aconsejan; lo que procuro ser para los demás.»

El hijo de la Sra. Aubray es un simpático mozo de veinte años, honrado á carta cabal y poeta, soñador y vehemente como él solo. Su buena madre ha formado su corazón; pero su imaginación novelesca y sus poderosas fibras varoniles hacen que lo que en la madre es razón y sentimientos cristianos, equilibrados por el noble impulso y el sensato discernimiento, en el hijo es una verdadera pasión del bien, pero pasión al fin. Figuraos un D. Quijote de la caridad y del perdón, y os figurareis algo aproximado al jóven Aubray. Sin embargo, no es sólo esa pasión divina la que ocupa su corazón. Hace un año que una bella, misteriosa joven, á quien encontró en un viaje, acompañada de un niño, y á quien no habló siquiera una palabra, le inspiró el humano, profundo afecto que, no por ser platónico como el culto de un recuerdo, deja de llenar su alma y su memoria.

La acción pasa en un establecimiento de baños; y en él aparece repentinamente la dama de los pensamientos de Aubray. — Su madre ama la música, y la jóven, que es toda una pianista, traba pronto relaciones afectuosas con la viuda. — Distingüela y agasájala ésta muy pronto con su franca bondad acostumbrada; pero llega un momento en que la joven determina alejarse súbitamente de aquel lugar. Instada con cariñosa solicitud por la de Aubray para que le diga, si es posible, el motivo de su repentina determinación, declárale aquella al fin que no se cree digna de su amistad, de sus favores, de su compañía, de su pública preferencia; que es una de tantas infelices á quienes la miseria y la seducción hacen cometer una primera falta irremediable; que el niño que la acompaña es su hijo; que su padre la sedujo y la abandonó para unirse á otra, aunque la sigue suministrando recursos que ella acepta en bien de la inocente prenda de sus entrañas etc. etc.

La de Aubray se siente lógicamente en su elemento apenas oye aquella confesión. Abre sus brazos á la llorosa extraviada, la ofrece su perdón, la hace creer en el del Cielo, y la determina á entrar por completo en virtuosa senda, renunciando á recibir nada de su seductor, y aceptando el honrando trabajo que la misma Sra. Aubray