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VIII.

Al recordar algunas de las producciones de Dumas hijo, cité en último término Las ideas de la Sra. Aubray. — Cronológicamente hay exactitud en la cita. Aquella obra dramática es el más reciente acontecimiento-Dumas. Se representó el año pasado más de cien veces seguidas en El Gimnasio, en el favorecido teatro de los boulevarts, émulo del gran Teatro Francés que con aquel comparte el monopolio de los actores y de las obras notables. Permitidme que, como conclusión de estos puntos, os dé una idea de la célebre comedia que, durante cuatro meses, llevó al reputado coliseo á todo Paris, empezando por Napoleón y acabando por la turba de domingueros artesanos, que alli, ¡ay! van al teatro y juzgan.

La Sra. Aubray es una viuda de cuarenta años, bondadosa y rica, que ha puesto su bondad y su fortuna al servicio de la principal filosofía del Evangelio: de la caridad, del amor humanitario. Practicando esta virtud por excelencia, pasa su vida en una sucesión de buenas obras, haciendo incesantemente su predicación de palabras y de actos. — Ademas de un hijo de veinte años, á quien adora, y de quien luego hablaré, viven con ella una inocente niña y su anciano padre, víctima del abandono criminal de su esposa. Naturalmente, la Sra. Aubray, que tiene tan cerca de si á quien predicar y consolar en primer término, no pierde ocasión de hacerlo siempre que puede, y de aconsejar á su amigo que llame y perdone á su culpable compañera. — Para la de Aubray, como para Jesús, no hay mancha que no se lave en el arrepentimiento y que no pueda borrar el perdón, mucho más las que se refieren al ser querido que lazos divinos unen á nuestra vida, y al cual es preciso dedicar un amor supremo, uno de esos amores que triunfan de la muerte misma. La Sra. Aubray consagra este cariño á la memoria del que fué su esposo. La sola idea de darle un sustituto, le parece profanación impía. — Su aconsejado amigo, aunque comprende y respeta todo el valor moral de las ideas de la excelente viuda, y aunque él mismo no deja de amar á la humanidad en general, tiene, sin embargo, la desgracia de aborrecer á su mujer en particular, y se niega á obedecer. «¡Ah, señora,