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Á UNA JOVEN MADRE EN LA PÉRDIDA DE SU HIJO

Pues dicen, jóven madre, que en cada tarde
Hay un ángel que el rayo postrero guarde;
  Y es su sonrisa
La que te llega en alas de fresca brisa.

En el silencio grave de la alta noche,
Cuando la luna oculta su lento coche,
  ¿Ves blanca estrella
Que trémula en tu frente su luz destella?

Pues oye, jóven madre, las almas puras
Viajan por esos astros de las alturas;
  Y es su mirada
La que á halagarte llega dulce y callada.

Aun ahora que me escuchas, ¿pierde tu oido
Cierto eco misterioso, que á mi eco unido
  Vierte en tu alma
Bálsamo delicioso que su afán calma?...

Pues mira, jóven madre, dolor tan grave
Solo un ángel celeste consolar sabe,
  Y el tuyo dice:
«¡No llores más, no llores... que soy felice!»


G. G. de Avellaneda.