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Á UNA JÓVEN MADRE
EN
LA PÉRDIDA DE SU HIJO


¿Por qué lloras ¡oh Emilia! con dolor tanto?
— ¡Ay! he perdido el ángel que era mi encanto...
  Ni aun leves huellas
Dejaron en el mundo sus plantas bellas.

— Te engañas, jóven madre; templa tu duelo.
Que ese ángel —aunque libre remonta el vuelo-
  Te sigue amante
Do quiera que dirijas tu paso errante.

¿No admiras, cuando baña la tibia esfera
Del alba sonrosada la luz primera,
  Con qué armonía
Cielo y tierra saludan al nuevo dia?

Pues sabe, jóven madre, que cada aurora
Por las manos de un ángel su faz colora,
  y aquel concento
Se lo enseña á natura su dulce acento.

Cuando del sol el rayo postrero espira,
¿No escuchas un suspiro que en torno gira?
  Y un soplo leve
¿No acaricia tu rostro, tus rizos mueve?...