Mateos, por el contrario, le reputa de todo punto diverso de aquella, le establece en cierta actividad propia de nuestro organismo. Esta opinión nos parece más aceptable. El P. González se propone y refuta dos de los argumentos opuestos al animismo que profesa; pero omite y deja en pié otro que juzgamos irrefragable y del cual extrañamos no se haya hecho cargo, habiéndole expuesto tan vigorosamente un escritor que no debe serle desconocido, el Conde de Maistre, en su Ensayo sobre los sacrificios. "La carne tiene deseos contrarios á los del espíritu," nos enseñan acordes la Sagrada Escritura y la experiencia. Amamos á un mismo tiempo el bien y el mal, amamos y aborrecemos el mismo objeto, queremos y no queremos, tenemos valor y juntamente temblamos de miedo. ¿Cómo un sujeto simple, cual lo es el alma, puede ser principio de esos movimientos simultáneos tan radicalmente antitéticos? ¿Cómo el cuerpo que es inerte de suyo, sin más actividad que la que recibe del alma, no obedece siempre á los mandatos superiores de esta y á menudo se le rebela?
Desearíamos saber qué solución da á esta dificultad el docto dominico. También quisiéramos que nos dijese cómo concilia su doctrina con aquella sentencia de San Pablo: "la palabra de Dios es espada viva que penetra hasta la división del alma y del espíritu;" donde se nos figura ver claramente proclamada la diferencia que el vitalismo pone entre el principio fisiológico y el principio racional en el hombre.
Sea de esto lo que fuere, y opínese como se quiera en punto á esa y otras cuestiones, no se ha de negar que el P. González ha compuesto un libro de mérito, útil no solo en cuanto facilita el estudio de los monumentos filosóficos de la Edad Media, sino también por la erudición que contiene y porque contribuirá á mantener vivo en España el amor á las especulaciones profundas y trascendentales.