combinan, los agrupan, hacen chocar unos fenómenos con otros, ó dividen cada fenómeno en sus elementos, y de estos trabajos experimentales deducen las leyes empíricas; leyes casi siempre incompletas, y aun inexactas, pero que forman los primeros términos de una serie en la que paso á paso se irá corrigiendo el error.
Al principio ¡cuánta variedad, qué confusión, qué interminable flujo de hechos particulares! Después se dividen, se agrupan, se clasifican, se buscan relaciones, se deducen leyes, y profundizando más y más, no solo se reúnen los hechos aislados bajo una misma rúbrica, sino que las mismas leyes se funden y condensan en otras más elevadas y comprensivas; y de esta suerte, por el método que hoy preconiza la escuela positivista, y que es fecundo y legitimo, pero no absoluto, ni mucho menos exclusivo, se va pasando de la variedad á la unidad, de leyes empíricas inferiores á leyes superiores, y en una palabra, del método experimental al método especulativo. Es la razón vencida que se levanta y gana terreno, y va filtrando, por decirlo así, su propia esencia en el seno mismo de la escuela rival.
La ley, la relación, son productos eminentemente racionales: no vienen del mundo exterior; en la razón como en su natural asiento se hallan; y si objetivamente existen en la naturaleza, será por la unidad que sobre el mundo físico y el espíritu se extiende, dominando y envolviendo estas dos manifestaciones del gran todo.
Y notemos este carácter importantísimo del método especulativo: conocida la ley, los hechos importan poco, la experiencia sobra casi, es instrumento que podemos romper, es escala que podemos arrojar: por ella subimos, pero ya estamos arriba y dentro de la ley tenemos encerrados y comprendidos los hechos y los fenómenos.
No basta el pensamiento para descubrir la verdad, pero cuando al acudir á la experiencia damos con ella, no en los hechos, elementos fraccionados y rotos de un organismo, sino en la unidad del espíritu hallamos la expresión fiel é ideal de las leyes y de las armonías de los mundos: era tal vez una de aquellas infinitas hipótesis que el filósofo griego forjó, pero que por ningún carácter podíamos reconocer como cierta: teníamos, pues, la potencia creadora, el inagotable manantial de todas las posibilidades, y nos faltaba un criterio de certeza.
Y esta aspiración de la ciencia á elevarse á leyes más y más