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El escolástico no necesita mirar á lo que le rodea para conocerlo; ni aun há menester discurrir sobre los fenómenos: la razón es esclava de su propia obra, y el silogismo ha llegado á señor absoluto. La forma es la realidad: la argumentación hueca y sin contenido lo explica todo: y de escolásticos á ergotistas, y de ergotistas á peripatéticos pasan y vuelven á pasar los argumentos, botando y rebotando, al chocar contra las calvas frentes de aquellos viejos doctores sin penetrar en sus cerebros.

¡Contemplar la naturaleza! ¡Interrogarla! ¡Preguntar al método experimental por el secreto de los mundos! ¡Tender la vista como Salviati por el infinito horizonte del Océano! Tal conducta es más que empeño inútil, es imperdonable crimen, que indigna al aristotélico Simplicio, y que se castigará con anatema y muerte.

Al fin llega el dia de la pena, y ante la razón postrada y corrompida se yergue con la fuerza de la juventud, y quizá con arrogancia sobrada, otro principio, la experiencia.

¿Y qué hizo la razón pura en este gran ciclo que á rasgos tendidos acabamos de recorrer?

En las ciencias matemáticas mucho. Ya lo hemos dicho: elevó un monumento indestructible: echó cimientos para el porvenir capaces de sustentar toda la ciencia matemática de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX: no ha cedido la base que forjó Euclides bajo el peso de Newton: roca es la que amasó Arquímedes que resiste inquebrantable al cálculo de los infinitos: y nada hay que renovar, inútiles son los retoques, basta seguir construyendo.

¿Pero qué hizo en las ciencias físicas?

¿Descubrir, demostrar? Nó.

Imaginó innumerables teorías: agotó casi los sistemas: escribió interminable lista de posibilidades: fué, por decirlo así, el gran período de las hipótesis, y la hipótesis no es siempre la verdad, y sobretodo no es la verdad demostrada. Sin embargo no la tengamos en menos de lo que vale, que, como se probará más adelante, la hipótesis tiene una gran importancia, y aun es en la ciencia moderna condición ineludible de todo progreso; de suerte que este primer momento de la física, aunque imperfecto y plagado de errores, es preparación casi necesaria, es ejercicio útilísimo para la inteligencia, y tiene un alto valor relativo.

Descienden los sabios, por fin, al fecundo laboratorio de la naturaleza: miran, observan, estudian, reproducen los hechos, los