no solo inmortal por su grandiosidad y su belleza, sino por su eterna solidez: nos referimos á las matemáticas. La afirmación matemática de Pitágoras, de Arquímedes, de Apolonio, subsiste hoy magnifica y grandiosa: y como la pirámide se alza inalterable é indestructible sobre el desierto, cuyas olas de polvo se condensan y deshacen alrededor de la durísima fábrica sin quebrantarla ni conmoverla, así la ciencia de la cantidad y del espacio ha visto pasar siglos y siglos, gentes y pueblos, instituciones y leyes, glorias humanas y tremendas catástrofes, sin que esta ebullición de cien razas, ni este pavoroso oleaje haya logrado conmover un teorema, ni quebrantar el más humilde corolario geométrico. No parece sino que la verdad matemática fué pronunciada por los labios de un dios.
Y es que la razón está aquí en terreno propio: no vacila, no ensaya, no imagina; establece, funda, afirma, demuestra: no enumera posibilidades, sino que da realidades, que toda inteligencia humana, hasta la consumación de los siglos, tendrá que aceptar como buenas, á menos de negarse á sí propia y de romper sus más ineludibles leyes.
En cambio, cuando aquellos filósofos quieren explicar el mundo físico, la ley de los fenómenos, la composición de los cuerpos, las infinitas trasformaciones de la naturaleza, ni dan en lo cierto, ni aunque acierten demuestran; sueñan y deliran más bien: sueños magníficos á veces, visiones proféticas quizá, pero sin valor científico y que nunca traspasan la humilde categoría de las hipótesis arbitrarias. Así anuncian la rotación de la tierra y su movimiento de traslación; así en época posterior, pero inspirándose del mismo espíritu griego, Lucrecio funda su magnífica teoría atomística que hoy admiran los críticos; y sin embargo tanto ingenio, tal potencia creadora, tal cúmulo de teorías profundas y aun verdaderas, pasan estériles y caen en el olvido ó en el desprecio.
Hasta aquí la razón impera en la ciencia como soberana y como soberana absoluta; pero ¡ay, que el despotismo degrada y envilece los más legítimos poderes! Libre de toda traba, sin ley, ni regla, ni freno, convierte sus caprichos en ley, en regla sus fantasías, y trueca una de las más portentosas creaciones del ingenio humano la lógica de Aristóteles, el admirable silogismo, cánon del pensamiento, palanca de infinito poder, fuente purísima de la ciencia matemática, en miserable instrumento de ergotista.