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Carlos IV; separados, cuando no desterrados y perseguidos los ilustrados Ministros que habian iniciado las mejoras progresivas, quedaron estas como anuladas, sustituyéndose á sus pensamientos regeneradores un justo y general temor de que el torrente político del pais vecino envolviese á España en perturbaciones semejantes á las que aquel sufria, y que principiaron con la reunión de los estados generales, primera escena del sangriento drama que ofreció á la Europa espantada el cadalso del desgraciado Luis XVI en 1793.

En mi condición de monárquico, permítaseme echar un velo sin trasparencia sobre el menguado gobierno de Carlos IV; su trágico fin fué una abdicación, arrancada por una revolución, que puede servir de ejemplo á los Reyes por un lado, y por otro á los pueblos de los peligros de separarse de los principios de equidad y justicia, sin los cuales los tronos peligran y los pueblos no pueden ser venturosos.

Grandes esperanzas concibió España al subir al trono el Rey Fernando VII, y acaso habríanse realizado sin la inicua invasión de Napoleón I, Emperador de los franceses, la cual es sobrado conocida para que yo me detenga á mencionarla, pues que elocuentes y autorizadas plumas lo han hecho con extensión y acierto; pero habré de indicar las consideraciones que naturalmente se desprenden de los sucesos, señalando las consecuencias sociales y políticas que produjeron antes y después.

Medio de prosperidad y progreso para España, hase querido aseverar por algunos, que hubiera podido ser la invasión francesa en 1808, apoyándose en la simple comparación del deplorable atraso social, político é industrial en que estábamos entonces, con respecto á los adelantos y progresos á que había llevado á la Francia su horrible revolución, terminada por una dictadura militar, que aspiró ciega á la monarquía universal europea.

Mas una nación tan altiva como la nuestra, en donde la idea de independencia fué siempre tan fuerte y vigorosa, no era posible que aceptase nada que tuviera carácter de una imposición extranjera, aunque tuviese apariencias de ventaja; y si al aspecto de coacción se unía la funesta y justa impresión general contra la felonía atroz empleada con Fernando VII, ídolo entonces del país, que en su nuevo reinado veía un iris de ventura tan codiciado por todos; la precisa consecuencia debía ser, y fué en efecto, el