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asistidos con gran esmero; recordad que en la guerra de la Independencia, y aun en la de sucesión, nuestros soldados carecian de todo; y comparad su bienestar presente, y no olvidéis que si nuestra gloriosa marina de Lepanto desfalleció en Trafalgar, ha renacido en las aguas del Pacífico.

Y si de los intereses materiales pasamos á los del orden social y á los politices, la historia comparativa de la época anterior á 1833 con la posterior, no será contraria á la última. La historia no se inventa, se crea por si misma con los hechos, y aprovecha especialmente para obtener la armonía de la razón, de la imaginación y de la inteligencia; pero los hechos son siempre más fuertes que las teorías, y aun que los raciocinios.

La sociedad moderna presencia dos formas de Gobierno: una el despótico, otra el representativo; la base del primero fué siempre la obediencia pasiva; la esencia del otro es la libre discusión; pero esta última forma va de dia en dia obteniendo una supremacía asombrosa. Júzguense como se quiera las ventajas ó desventajas de ambos sistemas, el hecho es que la libre discusión se ha sobrepuesto á la obediencia pasiva, y que prevalece y se adopta en Europa casi con universalidad, y se va extendiendo, no solo allende el Atlántico, sino hasta África, y es ya principio aceptado muy generalmente, y casi convertido en axioma, que el poder y la libertad no son dos enemigos, cada uno con su dominio y su reino separados, sino que por el contrario, entrando cada cual en sus límites propios, la libertad enriquece y fortifica el poder, y este asegura y fortifica la libertad; su espíritu no es inglés, ni francés, ni americano, es el bien común y la gloria de la moderna civilización.

En un país regido por un Gobierno absoluto, el hombre vive para el Soberano que en él impera; en el Gobierno representativo el hombre vive para sí, para los suyos y para la sociedad.

Mas es evidente que el gran tránsito de las antiguas sociedades á las nuevas, ó sea del despotismo á la libertad, tuvo su primitivo origen en la revolución de Inglaterra de 1688, que siguió en 1776 en América, y en Francia en 1789, y que en España, si bien jamás había existido legalmente el despotismo, había existido de hecho, no empezando las verdaderas formas constitucionales hasta 1810 en Cádiz; pero siempre, en estas trasformaciones sociales, la preferente fuerza de acción consistió en los partidos políticos, creados bajo ima ú otra forma, compuestos de unos ú otros elementos,