cio general respecto de las formas de una mujer, tú, en tu mente has hecho ya esta declaración: «Muy estrecha de caderas.» —Muy estrecha de caderas,—repitió Nerón guiñando un ojo.
En los labios de Petronio se dibujó una casi imperceptible sonrisa; pero Tulio Senecio,—que hasta ese propio momento habíase engolfado en una conversación con Vestinio, á quien manifestaba su incredulidad con respecto á los sueños, en que Vestinio creía,—volvióse hacia Petronio, y aun cuando no tenía la menor idea acerca de lo que se había estado tratando, dijo: —¡Estás equivocado! Yo opino como el César.
—Muy bien, —contestó Petronio.—Yo acababa de sostener que tienes algunos destellos de inteligencia; pero el César insiste en que eres pura y simplemente un asno.
—Habet! (asi es)—dijo el César, riendo y volviendo hacia abajo el pulgar, como se hacía en el circo en señal de que el gladiador había recibido un golpe y debía ser acabado.
Mas, Vestinio, persistiendo en la idea de que se trataba de los sueños, exclamó: —Pero yo creo en los sueños, y Séneca me dijo en un tiempo que él también creía.
—Anoche soñé que me había vuelto una virgen vestal, —dijo Calvia Crispinilla, inclinándose sobre la mesa.
A esta ocurrencia batió palmas Neron, otros le siguieron y un momento después los aplausos sintiéronse por todas partes, pues Crispinilla se había divorciado una multitud de veces y era conocida en Roma por su fabuloso desenfreno.
Pero ella, sin desconcertarse en lo menor agregó: —Y bien! Todas ellas son viejas y feas. Sólo Rubriatiene semejanza humana; y si ello resultara cierto, sería-